Del Commotus de Lucrecia Dalt al Valtari de Sigur Rós





Me resultó algo sarcástico que un disco tan lento y apacible llevase como título Commotus—movido, en latín. Hace algunos días mi amigo Deicidium hizo un par de bromas sobre la similitud entre estos dos trabajos, ¿Lucrecia influenciada por Sigúr Ros? Si algo ha demostrado nuestra querida compatriota es un excelente olfato para detectar los movimientos alternativos, al punto de hacerse una buena popularidad por medio de su capacidad de mímesis, adaptación y expresión. Su fortaleza, siempre lo he creído, gira en torno a su sensibilidad y su intuición (su destreza musical, sin embargo, es limitada comparada con la de otros artistas, pero tiene el buen don de manejar a la perfección lo poco que tiene, que es ella misma) por eso el post-rock es para para su sonido el agua más potable y la tierra más fértil. En el poderoso caso de Sigur Rós, cuya base musical es mucho más importante, he llegado a temer que la simplificación excesiva llegue a dañarles. Aunque me encante en el diseño web y en el software, el minimalismo me resulta peligroso en el arte porque coarta las posibilidades comunicativas, cosa que a la final parece importarte poco a los movimientos sobre - conceptualizados que abundan en las modas actuales.

Siempre me he resistido al arte precedido de un discurso que lo justifique, y no había encontrado la valentía necesaria para defender esa postura hasta leer “el mundo como supermercado y como burla” de Houebellecq, que por cierto, subí aquí hace poco. En ambos casos, el de Lucrecia y el de Sigur, hay antecedentes de arquitectura musical poderosos y bien logrados; el congost, que conseguí de la mano de la propia Lucrecia, es uno de mis discos favoritos, y sin duda alguna, lo mejor que escuchado en cuestión de post-rock latinoamericano. Commotus por su parte no ha perdido del todo su poder primario, pero parece más contenido, más anquilosado; Es menos íntimo, menos secreto, menos poderoso; ha perdido la dolorosa intimidad de su predecesor. En el caso de Sigur hay un antecedente glorioso, el takk, una mezcla entre la Mélancolie de los smashing pumpkins y algo de armonía radiohead…  de un buen paquete de sensaciones poderosas Sigur Rós pasó a describir la belleza de un solo instante. El valtarí parece un disco congelado en un amanecer, descrito sin palabras, y por lo tanto, víctima y artífice de una saturada sensación de vaciedad.





Desde los sesenta el arte puede cruzar las referencias estilísticas de una pesadilla. La chica de boina, contorsionándose mientras repite palabras de profundidad reseca, tocando un tambor  bajo el éxtasis de la poesía abstracta. El postulado “todo debe ser reinterpretado” exilia el sentido de lo comunicativo haciéndolo netamente referencial. Es cierto, vuelve al intérprete tan artista  como al emisor, pero a su vez vuelve inútil la obra. Ya no hay narrativa en la pintura contemporánea, y puede que terminemos perdiendo la narrativa oculta tras la música.

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