Esta semana terminé la lectura de “la posibilidad de una
isla” de Michel Houebellecq y releí algunos apuntes de “la insoportable levedad
del ser” de Milan Kundera. Ambas son novelas que con facilidad pueden
catalogarse como post-modernas. Abunda en una de ellas el lenguaje simple y
algo de cinismo, abundan las reflexiones apócrifas sobre la vida y sobre todo
hay en ambas un punto en común, y es el desquebrantamiento humano del amor. En ambos libros el “verdadero
amor” sólo puede conocerse a través de las mascotas domésticas. Seres
simples—dice Houellebecq sobre Fox, el perrito de su protagonista—de ego
limitado, cuyas necesidades son sencillas de satisfacer. Algo parecido dice
Kundera sobre Karenin, el perrito del matrimonio entre Tomás y Teresa. Seres
previos al paraíso, aún inocentes de
nuestro crimen más evidente en comparación con las demás especies; la libertad.
Dios nos expulsó del paraíso precisamente por ejercer la libertad; nos repudió
como hoy repudiamos a los hombres en preferencia de los animales que en busca
de amor, mantenemos cautivos. El perro es, precisamente, un animal diseñado
para el cautiverio afectivo, cuyo amor no se niega ni en cantidad ni en
calidad. Hace algunos días, tras la muerte de Chavela Vargas, alguien hizo eco
de una de sus frases más reconocidas. No se puede amar en la libertad. Para un cachorro huérfano es más sencillo
despertar la compasión de la gente común que para un hombre andrajoso. Houebellecq
subraya que esa limitación en el ego de los perros alguna vez existió en la
mujer, condenada por la cultura a ser un hermoso animal domestico decorativo.
Los perros, carentes de voluntad, y por lo tanto de vicios, son seres
predecibles, monótonos, fáciles de querer,
y sobre todo, urgentes del cariño humano. Ese es nuestro punto en común,
ese es el lazo cultural que nos unió con el pasar de los siglos, les atamos a
nosotros con el cebo del cariño y los moldeamos a nuestra imagen y
semejanza. A nadie parece sorprenderle
hoy que un perro merezca más cariño que un ser humano. En la frase misma hay una obviedad conceptual
muy difícil de debatir. Los perros para Kundera hacen posible un amor idílico. Creo
que eso evidencia la imposibilidad del amor abnegado en la modernidad, es
decir, de un amor sincero según la pureza del concepto, y hace evidente la
necesidad de exigir sometimiento al entablar un lazo afectivo. Pareciera que
esta conducta no confesa de menosprecio por la voluntad humana y de aprecio por
el sometimiento afectivo hoy son generales en la opinión pública, y por
consecuencia, la indignación por el maltrato animal es más grande que la
indignación contra el maltrato humano. Al parecer, y por ser seres conscientes,
decidimos, dicen algunos; eso nos hace
previamente culpables de nuestro destino.
Pareciera que no es posible el amor en la individualidad, y
que el amor por la humanidad sólo puede concebirse de manera abstracta. Este
comportamiento no sólo se ha hecho conceptual y personal, si no que ha tomado
evidentes rasgos ideológicos.
Por primera vez desde la revolución francesan os deshacemos
teóricamente del humanismo.
El amor liquido, dice Sigmund Bauman, encierra el miedo a la
decepción y el miedo al compromiso. A medida que por inseguridad y comodidad
nos deshacemos del amor humano, nos enfocamos más y más en amar a la
naturaleza. Las causas sociales son abandonadas, y las causas ecologistas están
en la obligada participación de la juventud. El ecologismo es un método de
ahorro, por eso va tan bien con los países anglosajones.
La muerte del amor aparece tras la liberación femenina. Lo
que sugiere que ya no es posible amar si el ser amado es libre o entabla en el
compromiso algún vínculo de libertad. Se
trató de conciliar la libertad del ser amado con nuevas variantes de pareja, en
donde existe la libertad sexual y el poli compromiso. Hasta ahora, ningún
intento ha tenido una verdadera aceptación práctica. Según Fromm, el aceptar la libertad de la pareja y
deshacerse de todo idilio de posesión se logra tan sólo a través de un grado
profundo de conocimiento y experiencia. La música popular colombiana vive
repitiendo, incesablemente, que la mujer ha partido de manera definitiva. El engaño,
otros amores, la orfandad romántica del hombre, la abundancia empalagosa del
género despecho en toda la cultura, aunque
en la practica no es forzosamente cierto pareciera que al hombre le cuesta trabajo
ponerse a la altura de la libertad de la mujer, pues hay en él una negligencia
afectiva que sólo puede saciarse con la absoluta posesión. Esta mentalidad a
nivel global, creo, sólo evidencia los rezagos de nuestro machismo aferrado en
la cultura y en nuestra mentalidad. Históricamente asumimos de muy buena gana
las ideologías dominantes sin reparar en la comodidad que estas puedan
representar a nuestra cultura. En el primer mundo se ha cruzado a una forma un
poco más decadente en la estructura de las relaciones humanas y la familia. En España
y Francia, bajo esta estructura ideológica nacen los kids definitivos, individuos de una profunda mentalidad práctica
que parecieran nacer prematuramente hastiados. Incapaces de perseguir cualquier
tipo de visión idílica, aceptan como absoluto el presente. En estos individuos hay una incapacidad total
de inmiscuirse en causas políticas que planteen un futuro posible para la
humanidad. Siendo el idioma nuestra herramienta de procesamiento de
información, uno de mis maestros afirmó que esta perdida va acompañada de la
desaparición de la conjugación subjuntiva en el español. Su visión de la realidad es presente y total.
En cambio abogan, de manera constante y precisa, por un mundo más natural, más ecológico.
La industria mundial se ha apoderado de la palabra “ecológico”
y la ha transformado en un sello de garantía. La explotación sostenible, en la
práctica, apenas y va superado en una mínima parte su etapa experimental. Algunas
industrias se limitan sólo a pagar las multas por contaminar, multas que son mínimas
junto a las ganancias que obtienen por hacerlo. Las multas, los impuestos y la
venta de cuotas extras. Estos términos encierran el interés del estado por la
conservación ambiental.
A nadie le parece sospechoso que el estado lo promueva a
través de los medios de comunicación, y sin embargo, este deseo de conservar
parece sólo punzar en los consumidores,
no en los productores. En comparación, un norteamericano consume 10 veces más
electricidad per capita que un colombiano, y la población norteamericana es
unas seis o siete veces superior. Este consumo excesivo no solo proviene de los
gastos civiles de los hogares, urgidos de calefacción en invierno, si no de la
industria nacional. Teniendo un 5% de la
población mundial, estados Unidos consume el 25% de los recursos naturales. Y
sin embargo hay una campaña pública latinoamericana que busca el ahorro de
energía y de recursos naturales. Nuestros efectos en el consumo internacional
apenas superan el 12 por ciento para el 2006 ¿que pueden hacer unos
televisores, unas neveras, y unos ventiladores apagados pro el calentamiento
mundial? En realidad, nuestra participación tanto en el problema como en la
solución es mínima. La producción
eléctrica nacional proviene en su gran mayoría de hidroeléctricas y
termoeléctricas, de producción fija. Es decir, la energía que no gastamos queda
en vela y es vendida a otros países. Pero el dinero de esas ventas no es para
nosotros, si no para las multinacionales que administran las centrales
eléctricas. Lo mismo sucede con los excedentes en bonos de carbono, nuestra
cuota internacional de emisión atmosférica. En nada alivia al ambiente, las
vendemos a las grandes industrias que exceden sus cuotas de emisión.
12 de octubre del 2012
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