Los Primeros usuarios



Vengo con frecuencia a este café. Alguna vez  deicidium, Ruiz y yo vinimos aquí para saludar a un escritor novato. Era una tarde lluviosa del 2011. Deicidium y yo esperábamos un  hombre enorme, masculino, algo similar al escritor ficticio Hank mooby, y en cambio encontramos a un muchachito asustado, medio excitado por la idea de publicar, con el acento típico de los costeños modestos, pálido y vestido de negro, con unos lentes de pasta similares a los míos. Un costeño pequeño sin forma, tembloroso, conocido en twitter como perrohijueputa. Le conocíamos virtualmente, y le respetábamos por su irreverencia, por su carácter, pero su faceta de escritor nos era del todo desconocida. Creo que no duró mucho en Bogotá, y que por hacerme caso publicó un pequeño ebook con varios de sus cuentos en una licencia creative commons (me la he pasado pensando, desde entonces, que la idea de los ebooks independientes y de licencia libre era prematura en aquel entonces) Su trabajo, debo decirlo, es impecable y poderoso. Lo leí con algo de envidia, con algo de admiración. Como deicidium anotó alguna vez, éramos en cuestiones creativas completamente contrarios. En la construcción de su libro perrohijueputa denotaba un rigor y una disciplina de la que yo carecía por completo. Tenía un notorio interés por cuidar el lenguaje, los hechos se deslizaban  en la narración de la manera más suave posible y la lectura tenía un impacto impecable "que gran escritor es perrohijueputa" pensé. Y al pensarlo su imagen de turista tembloroso no salía de mi cabeza. 

A su diferencia, yo necesito golpear al lector, aturdirlo. Él lo hacía elegantemente, sin necesidad de construir  imágenes  grotescas o repelentes.

Conversé con él un par de ocasiones, mediado por mi amiga Laura Ruiz. Noté que no tenía grandes pretensiones al conversar. Era reservado, respetuoso y sin embargo un poco hostil. No sé si por el hecho de que tuviese, en alguna medida, pretensiones  románticas con mi pequeña  amiga, o si sencillamente no le simpaticé de ningún modo. El hecho fue que su poco sentido conversador contribuyó a mi respeto por su forma de escribir.



Es curiosa la contradicción de algunos sujetos, entre su aspecto y su lenguaje. Al ver el secuestro de Houellebecq, noté una contradicción similar. Un hombre diminuto y menudo con una voz poderosa, con las palabras lo suficientemente densas como para producir la sensación de provenir del centro de la tierra. Algunos escritores están llamados a ser telúricos. Hacen temblar la tierra con sus palabras.  Hace poco compartí Stand en la feria del libro con un coterráneo mío, Omar Ardila. Publicó recientemente un libro  de ensayos titulado devenires menores, también en una licencia Creative commons (un libro agradable, de edición delicada y de muy buen gusto) los que renovó mi respeto por su trabajo. Como ya tiene varios libros encima, ignoro si su primer trabajo también fue Creative commons; de serlo nos desplazaría a Perrohijueputa y a mí a un papel un poco más secundario en eso de los precursores de la literatura libre.

 Título que por cierto, nos dí sin la más mínima investigación histórica.



Precursores. Creo que sentimos una  profunda nostalgia por la primera soledad, la primera intimidad de las redes sociales. En el 2007 cuando Facebook era usado en Colombia por un puñado de usuarios alrededor de la Universidad Nacional y los Andes, o twitter  en el 2008, o 2009, antes de ser traducido al español. Había una complicidad agradable entre nosotros. En los primeros diez años del siglo eran posibles las conversaciones, la interacción desinteresada e inocente entre los internautas. Era la herencia de los antiguos foros, ahora en desuso, donde se aprendían cosas, y quienes conocían algo lo compartían sin ningún reparo. No existía Adsense, no existía el interés económico o la censura al compartir archivos en la Web. Los trolls eran escasos, insignificantes, y expulsarlos era sencillo. Deseábamos, generalizadamente, conocer personas, y la poca afluencia nos causaba una interesante sensación de confianza, de cercanía.  Recuerdo con cariño una ocasión en donde mis viejos amigos, Farid y Sonia, me invitaron a una fiesta donde todo el mundo se presentaba con su usuario de twitter (en aquel entonces no se veía ridículo) todos eran miembros de la comunidad entusiasta del software libre.

Mi visión puede parecer elitista, pero no lo es en lo absoluto. El primer internet era un lugar para compartir información, y esa idea sobrevivió durante bastante tiempo en los primeros usuarios. El internet visto como medio masivo de consumo es el que ha deformado las prácticas virtuales de un alto porcentaje de los usuarios—que ya ni siquiera pueden llamarse así. Puede que ahora sólo sean consumidores— que utilizan conexiones poderosísimas y equipos de última tecnología para chatear con sus propios vecinos, creando distancias donde antes no las había.



Sin embargo los primeros usuarios sobreviven. Aún están obsesionados con el intercambio de enlaces y la conservación de la información. Somos grandes acumuladores de datos, somos mineros de toneladas de kilobytes. Creo que somos el último vestigio de la filosofía de los creadores de la red, aquellos hackers que querían construir una biblioteca absoluta, libre y anarquista. Los primeros usuarios de las redes sociales seguían al pie de la letra esa concepción; multiplicar la información, compartir links, hacer colectivo la minería de biblioteca. Preservar datos. Conservar el conocimiento.

Esto, sin embargo, no atenúa la inevitable  y evidente decadencia de las redes sociales.






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