Julián Assange, y el degolladero de los ladrones.



Julián Assange fue en su momento una especie de héroe, tanto para mi como para la prensa de todo el mundo. Publicó un millón de titulares, casi todos fantásticos, aunque perfectamente documentados. Denunció con una indiscutible valentía las masacres de civiles en Irak y Afganistán (denuncias que no tuvieron el más mínimo impacto jurídico) para posteriormente hacerse famoso revelando el espionaje masivo del servicio diplomático estadounidense contra todos sus aliados. Este último acto tuvo el importante detalle de ser un favor para todos los países, con la obvia excepción de Estados Unidos. Todos escucharon y tomaron las medidas pertinentes. Algunos pasaron la página con docilidad (como Colombia) mientras que otros tomaron medidas paranoides, radicales (Como Alemania) y mejoraron su seguridad para impedir fugas de información. En aquel entonces yo aún creía que los medios de comunicación podrían hacer algo útil por el mundo, y por ello, veía a Assange como la representación del periodista ideal; apasionado, franco, idealista, e incorruptible. Un Robin Hood de las noticias.

Hacker y periodista; una mezcla explosiva. Admirable y Fatal. Tan admirable como lo puede ser un adolescente suicida, y comparables ambos casos en lo fugaces, románticos y tontos.

El caso Assange nos invita a recordar lo irreconciliables que son hoy las actitudes anti-sistema mezcladas con el afán de protagonismo.

Siguiendo su ejemplo, pero en otra escala, Snowden advirtió al mundo del control de la información que Estados Unidos ejerce sobre Internet. Varios países empezaron a tomar medidas (nuevamente) para combatir la centralidad tecnológica de servidores y servicios vitales; había que alejar lo fundamental de Estados Unidos. Creo que eso fue todo lo que pudo hacerse; algunas discusiones referentes a la defensa de derechos de autor se desbarataron gracias al control excesivo que planteaban sobre las comunicaciones. Visible el tema, fue imposible doblegar la opinión pública, así que los hambrientos de control tuvieron que sentarse a esperar. “Ya llegará la oportunidad” dijeron en voz alta, con apatía. Assange y Snowden fueron golpes mediáticos y pasajeros. La voluntad y la memoria del publico son en esencia demasiado débiles. De hecho, la discusión revivió hace poco debido a los atentados de París, y la encabezan  gobiernos idiotas deseando morderse el trasero para destruir el cifrado, y penalizar el anonimato en la red como si fuera un crimen. Ignoran que un mundo sin cifrado no sólo le hace la vida más fácil a sus servicios de inteligencia, si no también a los delincuentes comunes.

Un Internet sin cifrado  afectaría y desaparecería—entre otras cosas—al sistema bancario del mundo entero. Y Nadie, ni siquiera los férreos y conservadores enemigos de la libertad, quieren inmiscuirse con los bancos.

Assange perdió el favor de la prensa gracias a Rafael Correa. Enemigo de las falacias informativas, y bastante obtuso para doblegarse frente a los abusos de los medios, Correa se ganó la enemistad indiscutible de toda la prensa internacional. Se convirtió en Dictador Honoris Causa.  En lo ideológico parecería un amigo natural de Assange. En lo político, una desastrosa elección.

Para la prensa, era incoherente ser amigo de Correa y amigo de la libertad al mismo tiempo. Assange por lo tanto era un hipócrita intrascendente. Correa, por un lado, fue su única posibilidad de seguir viviendo. Creo que lo realmente  incompatible es ser periodista y amigo de la libertad al mismo tiempo, pero en fin... es sólo mi opinión. 

Más listo que Assange fue Snowden, que se refugió detrás de Putín. Muchísimo más “dictador” que Correa, goza del  inquebrantable enamoramiento de los medios. Nadie es capaz de señalar a Putín. Sin importar que tanto persiga a los homosexuales.

Assange se asiló en la embajada de Ecuador, huyendo de una acusación de violación. Todo el mundo sabe que la acusación es falsa, y que desean mandarlo a una cárcel norteamericana, donde seguramente  obtendría  en juicio pena de muerte. Wikileaks se desvaneció; los medios se hacen los de la vista gorda frente a sus noticias. Un inofensivo Assange, quizás, tras tres años de claustrofobia, por fin es consciente del tamaño real de su enemigo. ¿Estará Arrepentido? Quizás, pero lo dudo. Estoy seguro que aún frente al patíbulo se sentirá un héroe desteñido, una causa inspiradora y dolorosa. Hoy decide entregarse si la ONU le da la espalda, cosa que sucederá, dado lo sensible del tema. 

Lentamente fue desvaneciéndose mi admiración por Assange—que fue, por así decirlo, cuantiosa—mientras me percataba de lo poco que realmente hizo y de lo inútil de su sacrificio. De haber sido más modesto, menos “visible”, seguramente hubiese planteado interrogantes mucho más profundos, mucho más meditados, pero su ego entorpeció su juicio. Assange es un hombre de talento que se desperdició en una bala diminuta contra un monstruo gigantesco, mucho más grande de lo que él alcanzó a percibir. Demasiado resentido por la herida, el monstruo desea devorarlo con urgencia. El monstruo, sin duda,  tiene mejor memoria que nosotros, y sus objetivos son mucho más claros que los de la muchedumbre mediática a la que sirvió Assange, muchedumbre que por cierto, no se conmoverá con su desgracia.


  En la cúspide del escándalo Assange hizo un acuerdo de exclusividad con varios medios internacionales, entre ellos el Espectador de Colombia, y el País de España.

Hoy ambos medios le dan la espalda, y comentan sus noticias como el ruido de fondo de un mundo caótico y sin memoria, al que ya deberíamos estar acostumbrados. Ya no importan sus denuncias, ni sus palabras. Ahora importa su tragedia personal, su ser desgastado y sin nada de qué sentirse orgulloso. Su verdad es una cosa del pasado. Su calamidad se convirtió en un material idéntico a la realidad oculta que con tanta torpeza regaló a los medios.


 Un titular asombroso, deprimente y desagradable.

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