Con los años he perdido interés en
confrontarme con la filosofía. En mi adolescencia, al provenir de una sociedad
y de una familia que por sus limitaciones no podía ofrecerme respuestas
espirituales e intelectuales acorde a mis necesidades, terminé creándome una
especie de filosofía personal, basada en lecturas fugaces y problemas
literarios. Como todo un pre-moderno me enfrenté a la filosofía buscando
verdades equiparables a la religión. Fui un adolescente problemático que al
deshacerse de la religión tuvo más problemas que ventajas. Sin embargo, creo
que me hice una identidad irremediablemente práctica. La practicidad fue
inevitable porque en esencia, soy hijo de campesinos, no de filósofos. Una de las piezas base de esa delimitación
personal, de esa personalidad que soy ahora es Erich Fromm, la otra seguramente
es Sartre. Cuando ambas piezas cayeron yo ya era lo suficientemente fuerte como
para mantenerme en pie, o quizá lo suficientemente práctico como para no
tambalear si ponía algo en duda de mí mismo.
Algo dentro de mí se sostiene. De algún
modo, la pregunta esencial de Sísifo ha sido respondida. Ignoro que es o que
provecho podría sacar de ello, ignoro también su fortaleza o perseverancia. Estoy
seguro de que no es la voluntad, ni la identidad, ni el alma, o siquiera mi médula.
Tambalear es problemático, y todos los
seres humanos tememos a esas vibraciones. La religión es un soporte efectivo
para que muchos no tambaleen, y a veces me pregunto si en algún momento de mi
vida acudiré de nuevo a Dios para menguar la desesperación o la angustia. No
lo sé; será una experiencia inesperada y terrible. Sartre te habla de la
libertad de elección como justificación del yo, Fromm acusa al existencialismo
de Sartre de demasiado burgués para ser universal, pero entonces—en mi
adolescencia—me funcionó pensar que yo definía mi destino. Necesitaba definir algo para mí, para seguir viviendo. Me fue útil de adolescente declararme
existencialista.
Es primero la existencia y luego la esencia;
es decir, existo sin que una voluntad me determine de antemano, así que me
corresponde a mí decidir la esencia de mi vida. Ergo, si quería que mi vida
tuviese un sentido debía crearme una voluntad a la qué aferrarme. Yo decido quien soy. Nadie me ha diseñado y no
cumplo la voluntad de nadie.
Esto suena anacrónico para ser un problema
de la primera década del siglo XXI, pero en mi pueblo natal la modernidad (y
por tanto la posmodernidad) aún no existen. Por eso para mí lo anacrónico es un
problema estrictamente geográfico, y la filosofía es un problema atemporal, que
sólo puede narrarse a partir de los problemas que he ido enfrentando.
La libertad ofrece incertidumbre; no funciona como principio en sí. Por eso
es mejor dejar que otro decida por mí y me libre de la ansiedad de la elección. El mundo
requiere decisiones que alguien aterrado con su propia existencia no pude
tomar. Pero la libertad como principio también puede neutralizar el
pensamiento; la única libertad real está en la incertidumbre de la
confrontación constante. Eso no tiene ningún sentido.
Respondemos al llamado de cristo “la verdad os
hará libres” fue en ese instante en que que
consideramos que una razón podía confrontarse a la oscuridad del mito (que eran
todos los mitos que no estuvieran dentro del mito cristiano, cuya limitado campo de acción aprendimos a evitar probablemente 17 siglos después) por eso el racionalismo no es más que un
cristianismo sin cristo, un misticismo ateo.
La verdad no nos hará libres, nos hará
infelices, apáticos
Peor aún; la libertad no tiene sentido por sí
misma. Debe servir para algo. Sólo es un objetivo romántico, un fin en si cuando carecemos de libertad. La libertad requiere de una voluntad de ser libre. La libertad
sin voluntad es una indeterminación apática.
La voluntad requiere una identidad, un
deseo.
El deseo y la voluntad, incluso la
identidad son valores que hoy parecen abstracciones sin sentido.
Explotamos la voluntad y el deseo, lo convertimos en estadísticas mercantiles. La reacción natural a esto, la apatía es extremadamente dañina para la existencia, tanto del individuo como de la sociedad.
Explotamos la voluntad y el deseo, lo convertimos en estadísticas mercantiles. La reacción natural a esto, la apatía es extremadamente dañina para la existencia, tanto del individuo como de la sociedad.
Mi experiencia de lo que es Oscar Corzo
está desvirtuada, y a veces se desvanece. A veces soy muchas cosas. Cada vez
que leo olvido quien soy, y si la lectura es penetrante despierto con una
pequeña crisis de identidad.
desvirtuada mi identidad, termino con una reacción de angustia frente a las historias. Eso ha dificultado mis lecturas en los últimos años ( eso y mi ansiedad conceptual, mi incapacidad para ser paciente y disfrutar del paisaje)
Soy un cúmulo de información con memoria y con una conciencia del presente. Ni siquiera
mis átomos me pertenecen, y sin embargo el mito de la propiedad, de lo mío ( de que estas palabras me pertenecen) de
lo que soy me resulta útil para sentirme tranquilo.
Técnicamente el problema es circular; debo
volver a preguntarme cual es el sentido. Es el que yo desee—dijo Sartre—pero yo
carezco de deseos.
Es el que decida el amor—dijo Fromm—pero
sin deseo el amor pierde significado.
La verdad y la identidad son ilusiones. Como ente limitado apenas y puedo con un trozo de verdad, con una interpretación de los hechos.
La razón a veces es un callejón sin salida.
Ciorán se burla de estos sinsentidos sin
atreverse a proponer nada; sólo los deslumbra y los profetiza.
Creo que incluso los hombres menos educados
de mi tiempo se han confrontado con esa incertidumbre. No lo han hecho racionalmente,
lo han presentido cuando se deshacen de sus soportes. Todos los hombres
religiosos cuando consideran por un instante que sería de la existencia si dios
no está ahí han tenido el mismo escalofrío. Ese escalofrío es el mordisco de la
muerte. La futilidad del hombre cuando la existencia sólo se justifica con la
muerte.
Indirectamente a veces llego a una
conclusión análoga a la religión. A veces el dios cristiano se confunde con el
universo y el universo se confunde con dios. La tranquilidad, la ataraxia de la
religión proviene de la confrontación contra el mundo, pues necesitamos que
algo nos recuerde que no estamos solos y que no somos un ente aislado de la realidad y
del mundo. Las religiones nos recuerdan que no somos sólo conciencias. Hay una
estructura racional, funcional a nuestro
alrededor.
El misticismo ateo que más me ha importado
proviene de Sagan y su interpretación de la identidad, de la especia humana y
la existencia desde la astrofísica.
Esa sensación de insignificancia que obtenemos
al sabernos finitos, insignificantes frente al universo, al reconocernos como
simples observadores “motas de polvo” como dice la biblia, mientras nos
enfrentamos a una lógica que no nos requiere y que sin embargo nos envuelve (
podemos llamarla dios si se nos da la gana) sin importar si su voluntad la determinan un
cúmulo de ecuaciones o un libro plagado de sentencias y directrices de
comportamiento… como animales racionales, como huérfanos ya no de dios si no de
la inconciencia de la materia y de la inacción ( es normal que la materia que
cobra movimiento y conciencia se sienta asustada de si misma y quiera autoexplicarse)
necesitamos que un mito nos recuerde que no somos seres extraños y que en
realidad tenemos un lugar en el universo y un suelo firme sobre el cual sostenernos.
En realidad, la individualidad y la razón no nos son gratas, y requiere de un esfuerzo utilizarlas, enfrentarnos a ellas con valentía.
Es muy fácil deshacerse de la razón; no nos gusta la incertidumbre. Por eso no creo que la razón sea la principal característica del ser humano. Creo que es su temor a la soledad. Su temor a no sentirse parte de algo, pues cuando este temor aparece, el hombre puede desentenderse de la razón con facilidad.
Es decir, de nada sirve la consciencia de
los grandes discursos, de su igualdad e inutilidad, si esa consciencia nos
lleva a la inmovilidad y el ostracismo. Dios no ha muerto ni morirá. Tampoco
los grandes discursos han muerto, ni el nacionalismo, ni el racismo o la religión.
Mientras tratemos de negar nuestras debilidades basándonos ingenuamente en el
mito de la razón, la historia seguirá siendo circular, un cumulo de errores
reincidentes. Podemos decantar entre los mitos aquellos que nos sean útiles. Yo
por ejemplo destaco entre los demás el mito de la especie humana.
La religión nos dice que la vida es una
ilusión. Quizás lo sea (esa conciencia de la ilusión me recuerda a la teoría de
la simulación y a los discursos finales de Bill Hicks; la vida sólo es un paseo,
y creo que así como todos partimos de la misma incertidumbre, en el fondo
buscamos la misma tranquilidad) pero no perdemos nada tomándonosla en serio.
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