El ser humano no es la única criatura que
utiliza la vistosidad para diferenciarse de sus semejantes. El comportamiento
en realidad es más común en las aves, donde el ejemplo más fácil de mencionar
es el del pavo real, cuyos atributos sexuales son medidos a través de lo
deslumbrante de sus plumas. Impresionar con sus atributos le permite a
determinado espécimen reproducirse o no, y aunque la utilidad práctica de esta
característica no está del todo clara su efectividad sexual resulta
indiscutible. El mismo Darwin reflexionó al respecto sin llegar a tierra firme,
pero teorizó que la vistosidad estaba relacionada con la salud y la buena
condición del organismo, y por algún mecanismo desconocido a mayor vistosidad,
mayor calidad genética y por tanto mayor preferencia sexual. Los seres humanos
en este sentido tenemos tanto en común con los primates como con algunos grupos
de aves, cuya organización social, selectividad sexual y métodos de defensa del
parentesco son bastante parecidos a los nuestros (de allí viene el término que
Dawkins acuñó como sociobiología genética,
donde justifica años de estudio de complejas sociedades de carriceros africanos
que cuestionaban la tesis de su libro “El gen egoísta” debido a su inexplicable altruismo) en los mamíferos y en
los primates más avanzados el criterio de diferenciación sexual más común es la
violencia. En este punto podemos devolvernos fácilmente a Darwin, ¿No tiene más
sentido privilegiar los genes del individuo más fuerte y no los del más
vistoso? hábilmente los seres humanos solemos mezclar ambos atributos, pues la
vistosidad y la fuerza no riñen para nosotros, ello porque cargamos de símbolos
de poder a la vistosidad, armados con nuestra poderosa y única capacidad de
abstracción. La genética apenas y empieza a contestar las preguntas que la
naturaleza lleva años planteándonos, pero la vistosidad, que seguramente es el
germen biológico de la moda, tiene sus raíces en la selección natural, y aunque
la moda sea un mecanismo propio del capitalismo no podemos desechar sus raíces
dentro de nuestra sangre y nuestra mente.
El primer fundamento con el que argumentamos la
existencia de la individualidad es la elección, y la elección siempre se ejerce
sobre la posibilidad de consumir. En la edad media, sólo un hombre podía
consumir y diferenciarse a través de su elección, y ese era el Rey. George
Simmel dice que la individualidad moderna nació con el renacimiento italiano,
donde el individuo buscó “ser notado y famoso…el individuo quiso llamar la
atención” comportamiento reflejo al del monarca, quien contaba con la única
posibilidad institucional de ejercer y disfrutar de la individualidad. A su
alrededor una corte de aduladores no tenía otra razón más de ser que la de
imitarle, y de la imitación de esa única individualidad posible nació la moda,
superflua por naturaleza púes sólo contaba con la apariencia para existir,
donde la vistosidad adquirió un significado simbólico y era la cercanía con el
poder. La semiología de la moda va acompañada también de materiales exquisitos,
de calidad, terminados notables, diseños pomposos, esto a su vez cumplen de
nuevo una función de diferenciación. Para poder realzar la idea de
exclusividad, la moda debe tener un criterio de separación con lo vulgar.
Capitalismo y biología entablan entonces una forma de simbiosis, pues la moda
sólo como recurso económico desaparecería sin dejar rastro. Necesita de un
fundamento instintivo y psicológico para sobrevivir.
Ya que la moda acude a materiales de calidad,
¿puede detenerse a esperar el deterioro normal de una prenda para remplazarla?
¿No inmoviliza esta espera el ciclo natural del aparato productivo de una
economía hambrienta de consumo? cuando la vistosidad se hace cotidiana ¿no
pierde vigencia e impacto? ¿No pierde originalidad y con ella la ilusión de
individualidad? el concepto industrial de obsolescencia programada es la
extrapolación de la moda a la dinámica mercantil de la industria del siglo XX.
¿Por qué esperar que el objeto se haga obsoleto por sí mismo? ¿Por qué no
empujarlo a través de ciclos ilimitados, fijos y predecibles de renovación y
obsolescencia?
No hay nada misterioso en las dinámicas del
mercado, y por tanto hoy en día es algo ingenuo esperar de la moda profundidad
que nunca ha tenido y que nunca ha pretendido, pues apariencia y pensamiento son cosas perfectamente
diferenciadas. No hay pensamiento profundo dentro de la moda, y ello ha sido
tácitamente aceptado durante los siglos como una de sus características, hasta
los años 60, donde la moda intentó disfrazarse de pensamiento para combatirse a
sí misma. A su modo el movimiento hippie y el punk en su intención
contracultural intentaron disfrazarse de pensamiento, y tras ellos, todas las
subculturas del consumo han tenido la misma ambición. Nunca, sin embargo, han
dejado de vender mercancías, decoraciones y prendas específicas que
caracterizan a alguien como parte de su juego entre el glamour, lo adecuado y lo vulgar.
La idea clásica de la moda nos dice que el
único requisito para sostenerse dentro de sí misma es lo superfluo, lo externo,
pero ya que en el siglo XX además de ropa la moda es en realidad un conjunto de
fenómenos económicos y publicitarios, y por tanto además de prendas de vestir necesita vnder música, libros y películas, es razonable la exigencia del
conocimiento de un contenido cultural que de testimonio de autenticidad. Ya no
basta entonces con vestirme como un punk, debo consumir lo que la industria cultural
ha catalogado como “apto para punks” y rehuir de todo aquello no destinado a mi
nicho. Sin embargo, ¿Podría responder esto a la diversificación de mercados y
no a una moda con profundidad? ¿No podría ser simplemente una forma de
superficialidad extendida?
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