Nuestra obsesión para explicarlo todo racionalmente
encuentra obviamente su raíz en el temor metafísico, porque el racionalismo y
la metafísica han sido siempre hermanos hostiles. Las "fuerzas
psíquicas" tienen más que ver con el reino de lo inconsciente; por eso
todo lo que de improviso se le manifiesta al hombre saliendo de aquella región
oscura es considerado o como proveniente de fuera, y por lo tanto real, o como
una alucinación, y por ello no real. Pero la posibilidad de que existan cosas
reales que no provienen desde el exterior hasta ahora a duras penas se
ha insinuado en la mente del hombre de nuestro tiempo.
Wotan - Carl Gustav Jung
Wotan - Carl Gustav Jung
Extrañamos la pasión, pero su ímpetu no deja de parecernos
anacrónico. Para mí el fuego del que habla
Giorgio Agamben en “El fuego y el relato”
donde proclama “Todo relato –toda la literatura– es, en este sentido, memoria de la
pérdida del fuego.” más que ser una sustancia del misterio religioso es la
pasión misma, el fanatismo y la potencia visceral de lo dionisíaco. Hoy desde nuestra cómoda distancia
el fanatismo nos resulta demencial, pero seguimos viendo su impertinencia y poder con
nostalgia. Este es un tema que he tratado aquí hasta el cansancio sin llegar a
ninguna conclusión aparente; un pesado criterio estético nos aleja de la locura
de nuestros padres. No podemos ser como ellos, nos decimos, y esa es nuestra
forma particular de locura, nuestra principal neurosis. Debemos conservar la
pulcritud y la mesura.
La
sagrada observación y la apatía
El
placer de solo ser comprendido por los marginales
La
silueta de una espada de maldiciones
Un
eslabón oculto para las pesquisas
La
influencia de la pesadez, el silencio de las sirenas.
¿No
es el amor uno de aquellos grandes relatos
que hoy consideramos fortuitamente decadentes?
que hoy consideramos fortuitamente decadentes?
Huimos de la pasión y
nos refugiamos en la abstracción, el estéril terreno de lo posible. La
experimentación estética es una forma de minería inclemente cuyo único pretexto
válido es el de encontrar un supletorio para el fuego. Una y otra vez nos
extraviamos buscando el fuego, o siquiera sus cenizas, pero el miedo atenaza
nuestros sentidos. El mayor de nuestros temores es la poca confianza que sentimos
por los hombres apasionados. No podemos permitir que las pasiones gobiernen
nuestra mente. No queremos regresar a los días oscuros.
Entonces la apatía se hizo una forma de redención, y el
burócrata un héroe kafkiano digno de imitar.
Las pasiones son esencialmente irracionales. Pero ¿qué
podría ser aún más irracional que un hombre sin pasiones, sin ideas toxicas y
sin odios? ¿Dónde podríamos dejar al resentimiento, la homofobia, el fascismo y
la xenofobia? ¿Dónde esconder aquellos demonios que apenas y podemos maquillar
usando sutilezas y juegos de lenguaje?
En definitiva, ¿Hasta dónde puede la razón contenernos?
Hasta el más afortunado de los
hombres siente que el mundo está en deuda con él. La naturaleza del mundo es
esencialmente anti utópica, incluso en la individualidad. No en vano una
religión que resalta la culpa sobre e orgullo es el estandarte de occidente, la
cumbre misma de la humanidad. La pureza transitiva y fácil de conseguir que nos
dé el cristianismo es demasiado cómoda para desecharla fácilmente.
La hipocresía como
institución me resulta, en este instante, una explicación superflua y vacía en
su arrogante erudición, en su desprecio por aquello que se aleja de los valores
de la ilustración. Hay que ir un paso adelante pues la hipocresía no explica
nada; es el síntoma superficial de algo que no comprendemos directamente. Es
decir, un eslabón del mundo oculto a nuestros ojos.
Le temo al fanatismo como lo hacen todos, pero los fanáticos
no dejan de parecerme asombrosos e interesantes. Envidio a los hombres que
todavía creen en utopías, que aún conservan algo de fe en la razón y la
humanidad. Por mi parte, yo me declaro completamente contaminado por el nihilismo
pesimista del siglo XXI... Mi total escepticismo sobre el futuro es mi mayor
dificultad para escribir. No tiene caso
escribir, no tiene caso construir una obra o dejar un testimonio de la
humanidad de mi tiempo si no hay esperanza que algo de humanidad quede para
recibirla. Si la humanidad no tiene salvación, la literatura pierde por
completo su significado.
Y, sin embargo, me es inevitable seguir escribiendo.
Todo en la humanidad es una fábula. La humanidad es una
ficción y una ideología. Cuando el
ateísmo desdeña las ficciones, los rituales y los mitos termina desechando una
parte esencial de la humanidad que ahora necesito como parte de la verdad que
necesito contar. Este es un problema de simple perspectiva, pero las piezas
deben encajar de algún modo y ninguna pieza, por inútil que parezca en su
soledad, puede desecharse bajo ningún criterio. No todo depende de los niveles
de racionalidad que alcanzo a percibir y que puedo aceptar. Dentro de la
racionalidad, también debo conceder significado al mito.
La verdad, después de todo, está más allá del mito, más allá
de su aparente vacuidad, de su sinsentido, la verdad se disfraza y se disipa en
medio de las pasiones humanas y su confrontación contra el mundo.
Cuando pienso en la pérdida del fuego, en la ironía que nos
queda cuando pensamos en la historia desde nuestra perspectiva nihilista y sarcástica se me viene a la cabeza
esta imagen.
Aunque la imagen sea una caricatura del cristianismo (y los símbolos
sean en efecto correctos) la ironía apaga la luz detrás del mito, y todo lo que podría concedernos algo de belleza termina volviéndose ridículo. Existen pues,
dos interpretaciones; o hemos sido completamente estúpidos matándonos durante dos mil años por un muerto en una
cruz o las verdades dentro del símbolo no pueden ser ironizadas. Yo me quedo con el misterio, es decir, con la lectura profunda dentro del símbolo. De otro modo solo me quedaría la ironía, y estoy harto de ella.
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