Sobre una extraña melodía.




Un par de semanas antes de que mi amigo Julio muriera, me contó que llevaba cuatro noches escuchando extrañas composiciones durante las noches. “Es desesperante” me dijo “No logro identificar ninguna. Es como si se burlaran de mí, como si estuvieran por hacerse, llamándome furiosas desde algún sitio, reclamándome que si muero ellas nunca van a existir”  Él, que durante su vida fue un aclamado músico autodidacta, no podía dictarle notas a nadie y la única forma de expresar aquellas misteriosas melodías sería levantándose y colocándose frente al piano, cosa imposible en su condición. Tras las dolencias de la quimioterapia el insomnio de aquella música aumentó la angustia de sus  últimas noches. “Tienes que hacer algo” me dijo la penúltima vez que pudimos hablar “Si muero y estas canciones no sobreviven no me dejarán en paz. Yo no creo en el cielo o el infierno, pero tengo el presentimiento de que la música sin terminar tiene su propio infierno, mientras que la música que existe conoce su propia forma de redención” Así que utilicé cierto algoritmo cerebral desarrollado por los Alemanes que permitía visualizar cierto tipo de imágenes que la gente recordaba. Era, como en efecto sabrá el lector, tecnología estrictamente experimental, y adecuarla al sonido era una cosa completamente extravagante aunque posible. Instalé algunos electrodos en  la frágil y débil cabeza de mi amigo y le pedí que recordara las canciones. De inmediato un estruendoso ruido se escuchó. Las bocinas de mi portátil parecían a punto de explotar. Mientras el ruido emergía mi amigo Julio levantó la mano derecha y empezó a dirigir la sinfonía con una mueca de satisfacción en la cara “No te asustes, están saliendo todas al mismo tiempo, ¿las oyes? Están asustadas por mi muerte. Están desesperadas por existir” Sin embargo, el ruido carecía por completo de sentido. Mi amigo sin duda estaba alucinando. 


Le dejé mi invento para que aprovechara su insomnio. Al otro día lo encontré durmiendo y no lo desperté, y no volví a visitarlo hasta el día que murió. Julio era un respetado compositor, y dejó indicaciones con sus hijos de que yo tenía  la última y más grande de sus obras. Quise aclararles que todo lo que había en la grabación era interferencia, pero ellos insistieron en escucharla. Entonces frente a ellos le di play a las seis horas de audio  que mi invento improvisado alcanzó a grabar. Sin embargo, lo que yo inicialmente creí era ruido pronto tomó forma de una poderosa orquesta. Y mientras los hijos de Julio lloraban frente a mí yo levanté la mano como lo hizo él, pero ellos me miraron extrañados, “¿Te estás burlando de nosotros?” me dijo el mayor “Para nada” le contesté “¿No escuchas esa hermosa melodía? ¿No escuchan esos violines y esos chelos?” él, furioso, tomó mi portátil y lo arrojó al suelo, y luego destripó los fragmentos con sus zapatos, con los ojos llenos de lágrimas. “Es solo ruido, idiota” me dijo antes de salir. Yo no pude articular palabra  alguna de pura  y simple perplejidad.

Y ahora soy yo el que no puede dormir. Una y otra vez, las canciones de Julio me visitan en las noches, se repiten en mi mente como un bucle inclemente, suplicando, suplicándome que les permita salir. 

Oscar M Corzo
23 de Marzo del 2018

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